DISFRUTA TU OCIO
Te lo mereces
Carlos G. Valles
OTIUM CUM DIGNITATE
Después de formarse en Atenas, viajar por el Imperio, conseguir todos los cargos desde pretor a senador “en su año”, en decir, en cuanto iba cumpliendo la mínima edad para desempeñar cada cargo, después de ganar pleitos, desenmascarar intrigas, y regir el país, al cumplir los cincuenta años Cicerón le confió a Ático “YA ES HORA DE QUE ME AME A MI MISMO”. Se retiró de la política, y se dedicó a leer, pensar, hablar, dialogar, escribir, filosofar, cultivar el espíritu humano en la elegancia del pensamiento y en el refinamiento de la palabra. Para esa nueva etapa de su carrera adopto el lema que había venido acariciando desde sus años de ocupación fabril y que pudo hacer realidad en la madurez de su vida.
Siempre he tenido admiración por los hombres más felices de este mundo a quienes después de alcanzar gloria y honores (dignidad) han podido consagrar su vida al cultivo de las artes del espíritu (ocio); los que pueden vivir en ocio con dignidad.
¿Cuál es por tanto el ideal de nuestra vida, el faro y la meta de nuestros esfuerzos? Aquello que siempre el más grande y lo más ambicionado por todos los hombres íntegros, bien nacidos y honrados: EL OCIO CON LA DIGNIDAD.
Ocio con dignidad. Otiun cum dignitate. Este fue el resumen de la vida de Cicerón, y ese fue, en consecuencia, el título que yo escogí para mi tesis sobre él. Breve y significativo. Y esas eras tres palabras latinas con las que mi amigo finlandés había definido su postura ante la sociedad en su tarjeta de visita. Se había dedicado a dirigir durante años el negocio familiar con eficiencia y profesionalidad, y ahora se retiraba a tiempo para dedicarse al descanso culto y noble como Cicerón.
Las dos palabras tienen su trasfondo especial. No se trata de hacer el vago con el ocio ni de presumir de honores con la dignidad. La dignitas es la formación, el trabajo, el esfuerzo, el empleo, el cargo, la eficiencia, la excelencia, la perfección, el logro, la dignidad. Sin dignidad no hay ocio. Sin trabajo no han descanso. Hay que ganarse el ocio. Si no hay “dignidad” por delante, no hay “ocio” a continuación. La base del descanso es el trabajo largo y serio. Para poder descansar hay que cansarse primero.
Y el ocio tampoco es lo que parece ser. El Otium latino no era el ocio español, y mucho menos lo era el ocio griego. El ocio no era el estar ocioso; no era la vagancia o la pereza, y de eso vamos a hablar mucho en las páginas que siguen. “Ocio” en griego se dice schole, y eso nos abre ya todo un panorama de interpretación. De shole viene schola, evidentemente, y de schola viene “escuela”. ¿No es la escuela lo opuesto al ocio? ¿No es el día de colegio lo opuesto a las vacaciones? ¿No suena eso de la escuela a clase y curso y examen y suspenso? No para un griego. Y a eso vamos.
El ocio para el griego era liberarse de trabajos manuales para dedicarse al desarrollo intelectual. El ocio era el lujo de leer y escribir cuando otros tenían que arar y sembrar, lavar y cocinar. Era el poder escuchar a Platón en vez de tener que vender tomates en el mercado. Era el privilegio de pocos ante el trajín inacabable de muchos, era el taller de la cultura, el ambiente para lo que ahora llamamos “investigación y desarrollo”, el laboratorio del pensamiento. El ocio era el alma de la civilización de Grecia y Roma. La “escuela” del espíritu. Las artes liberales. La cultura clásica. Y el ocio merecido tras una vida de servicio al país y a la sociedad era el ideal más alto de todo griego y todo romano. El ideal de Cicerón. El título de mi tesis sobre él. La profesión en la tarjeta de visita de mi amigo el objeto de este libro. Al cabo de los años he vuelto a descubrir el tema vital. OTIUM COM DIGNITATE.
Hay que aprender a estar quieto.
No hay ratos “perdidos”. No hay tiempo que “recuperar”. No hay que reclamar “tiempo muerto”. Todo tiempo es vivo si sabemos vivirlo en la especialidad de su categoría y en la plenitud de su sentido. No hay por qué ponerse a cantar y bailar, a hacer gimnasia y dictar cartas para “aprovechar el tiempo”. Cada tiempo es lo que es. El semáforo en verde es semáforo en verde. Tiempo para avanzar, caminar, parar. El semáforo en rojo es semáforo en rojo. Tiempo para pararse, interrumpir, frenar. Y es importante en la vida saber parar, interrumpir, frenar. Tiempo para dejar pasar el tiempo. Y de las cosas más difíciles en la vida es saber dejar pasar el tiempo. Con tranquilidad, con elegancia, con estilo. Saber estar. Saber contemplar. Saber vivir. Hacer amistad con el rojo como con el verde. Dar libertad al semáforo a que siga su juego. No llamar “bueno” al verde y “malo” al rojo. Tomar las cosas como vienen y el semáforo en su color. Todo vale. Todo es vida. Todo cuenta. O mejor aún, nada tiene porque contar, no hay que justificar instantes ni llenar horas. Los vacíos valen tanto como los llenos y los valles tanto como las cumbres. Y los semáforos en rojo tanto como los semáforos en verde. Así mi oración será:
Señor, enséñame a perder el tiempo
Hazme caer en cuenta
De que todo tiene su puesto en la vida,
Y de que en respetar cada faceta
Esta la plenitud del vivir.
Recuérdame la lección
Siempre que me encuentre
Ante un semáforo en rojo.
Amen.
Y ya se ha puesto el verde. Adelante.
PASEANDO JUNTOS
El ocio es tan importante que habrá que distinguirlo cuidadosamente de actividades que lo imitan y lo acompañan con mayor o menor cercanía, pero son bien diferentes en su naturaleza y sus efectos, y que al hacerle competencia se aproximan a él y pueden poner en peligro la nobleza y la dignidad del verdadero ocio, ocio no es lo mismo que diversión. Ni que entretenimiento ni que juerga ni fiesta. Todo esto está muy bien a su tiempo y en su medida, pero no es ocio y no puede justificarse cualquier actividad extracurricular con llamarla por el respetable nombre de ocio. El ocio es algo más serio, más digno, más profundo que la juerga o el festejo, más importante que el “pasarlo bien”, o el creerse que se ha pasado bien, o el presumir de haberlo pasado bien cuando la realidad haya sido aburrida y cargante. Pasarlo bien superficial y bullangueramente puede ser algo muy distinto del descansar bien, del rehacerse bien, del enriquecerse con compañía, cultura, dialogo y arte del crecer como persona, del revaluar la vida, del verdadero ocio.
Hacer de la noche, día, no es ocio. Emborracharse no es ocio. Las drogas de cualquier nombre no son ocio. Fumar opio no ha sido nunca ocio. Pasarse las horas de pie en el ruido y las luces con el vaso en la mano, el cigarrillo encendido entre dos dedos, el gesto exagerado, la risa desproporcionadamente disparada a cada comentario por vacío que sea, el cuerpo en contorsiones, y la mirada abarcando todo el grupo sin mirar a nadie, no es ocio. Reuniones y funciones juveniles y sociales en todas sus formas están muy bien y tienen aspectos buenos y necesarios. Todo eso es sociedad, es reunirse, es conocerse, es reír, es bromear es situarse, es explorar distancias, es iniciar relaciones, es ampliar vivencias, es aprender melodías, letras, palabras, giros, conductas y gestos que definen una generación y señalan a cada uno su puesto en ella. Es sentir el apoyo del grupo que todos necesitan para asegurarse, tranquilizarse, justificarse ante el mundo y ante sí mismos ya que el número les dé la razón, el evento les da presencia en la sociedad, la publicidad les da personalidad, popularidad, identidad. Y todo eso ayuda y puede estar muy bien en su medida y en su momento. PERO NO ES OCIO. No confundamos valores y no mezclemos las palabras. Una noche en vela no es OTIUM CUM DIGNITATE. Nunca lo fue.
Me preocupa –y me molesta- que se está perdiendo el arte de la conversación. Fue el gran arte de nuestros antepasados cuando el tiempo era tiempo, las tardes largas, y los domingos eran fiestas de guardar. Cuando no había televisión, ni ordenadores, ni teléfonos móviles, ni autopistas, ni aviones a reacción. Cuando la humanidad viajaba menos y se reunía mas. Cuando los vecinos eran vecinos y todo el pueblo conocía a todo el pueblo. O todo el barrio en la ciudad. Cuando se hablaba, se conversaba, se pegaba la hebra, se pelaba la pava. Cuando se tenía la tertulia, la sobremesa, la peña, el circulo, el café. En familia, en sociedad, en casa o en la calle, en serio o en broma, se hablaba, se dialogaba, se conversaba.
No son nostalgias vacías y no se trata de volver a un orden pasado, que no sería ni posible ni deseable. Pero si se trata de intentar rescatar algo que floreció en otro entorno social, y que bien podía instaurarse de nuevo en el nuestro por cibernético que sea. El arte de la conversación en grupo. La labra, la frase, la anécdota, la discusión, el miembro más antiguo del grupo, el más joven, el bien informado, el entendido, el ocurrente, el del chiste oportuno, el que sabía de política, o de leyes, o de futbol, o de economía, el que se acordaba de todo, el que hablaba menos, el que callaba y sentenciaba al final con una palabra la conclusión evidente de sentido común para todos. La frase feliz, el adjetivo certero, la cita oportuna, la poesía y la prosa, la atención de todos a todos, los silencios y las exclamaciones, la discusión y la conclusión. Expresión de personalidades, diversidad de opiniones, formación de pareceres, escuela de sabiduría popular. Todo eso era la conversación. Era.
Hoy nos falta vocabulario, nos falta tiempo, nos falla la frase, nos traiciona la gramática, nos olvidamos del giro castellano y metemos el inglés. Si queremos información nos vamos a Google, y si queremos opiniones no metemos en Internet. Hablamos, pero no conversamos. Frases cortas interrumpidas a cada paso. Y si alguien habla largo, se enrolla. En la discoteca, de entrada, los decibelios derrotan todo intento de dialogo racional, pero aun fuera de ella, jóvenes y mayores, en casa y en la calle, decimos muchas cosas, comentamos, informamos, criticamos, nos enteramos, pero no entramos en conversación. Hablamos de pie y andando. No nos sentamos a conversar.
Y aun cuando nos sentamos alrededor de una mesa y unas bebidas, no estamos reposados y tranquilos, tenemos prisa, nos sentimos impacientes, queremos meter baza y mostrar que ya lo sabíamos, interrumpimos al que habla, hablamos todos al mismo tiempo, metemos un tema nuevo cuando no se ha acabado el anterior, hacemos que una conversación entre amigos parezca más una competición olímpica con medallas que un espacio de amistad y cultura entre personas que se ayudan y se complementan en sus distintos caracteres y conocimientos, y quieren escuchar todo lo que los otros pueden decirles mientras ellos contribuyen con su propia experiencia, sus conocimientos, sus anécdotas y sus chistes, y todos en su momento, con educación, nobleza, con elegancia y cortesía mutua. Se ha perdido la dignidad de la conversación elevada y culta. Ya no sabemos conversar.
El arte de la conversación no solo el arte de hablar, sino el arte de escuchar. Y allí es donde fallamos. Saber escuchar para saber intervenir cuando el que habla deja de hablar. He de seguir escuchando hasta el final y dejar que lo que el otro va diciendo me siga llegando y me lleve a una nueva reacción en el momento de intervenir. Y el otro también ha de decir lo que quiere decir mirando a los demás y parándose, el mismo antes de que los demás lo paren. Eso es conversación.
La verdadera conversación lleva a la amistad. Y los círculos de amistad son donde mejor se practica la conversación. La amistad es algo mucho mayor y por encima del ocio, y seria rebajarla si la consideráramos solo como instrumento del ocio. Pero precisamente por su posición y su fuerza en la vida ayuda también al ocio acompañándolo, facilitándolo, valorizándolo, haciendo posible en años maduros cuando se alejan instituciones, aun la misma familia, y solo quedan los amigos “de siempre”. Las amistades se establecen por si mismas en círculos concéntricos que rodean unos a otros en la mayor o menor intimidad que representan. Las amistades más íntimas en el cirulo inmediato, son las que dan calor y color a la vida, hacen que merezca la pena vivirse.
Reuniones en casas de unos y otros, juegos de cartas, cumpleaños, regalos, fines de semana, meriendas, tapas, viajes en grupo, viajes para visitar al amigo en su ciudad y recibirle en la nuestra, comentarios de noticias y familias, compartir billetes de la lotería de navidad. Algo de qué hablar, algo de jugar, algo que vivir juntos, algo que recordar, algo que soñar. Amistades largas a través de la vida son grandes soportes del ocio practicado y compartido. El ocio vale mas si se practica en compañía.
Y, una vez más, la advertencia necesaria a tiempo. Las amistades hay que cultivarlas a través de toda la vida. Si no tienes amistades de joven, no las tendrás de mayor. Las amistades requieren tiempo, paciencia, comprensión, ajustes, pasar ratos juntos, adquirir memorias comunes, vivir cerca, distanciarse, acercarse, comunicarse de por vida. Incluso arriesgarse, ya que no todas las amistades prosperan, y al acercarnos a alguien siempre abrimos nuestras defensas y nos hacemos vulnerables en lo más delicado de nuestro ser que es la afectividad y el cariño. Desengaños tempranos no han de hacernos desistir de intentos continuados. La amistad es el gran tesoro de la vida, y se merece todos nuestros esfuerzos.
El ocio vale más cuando se comparte con otros. Una partida de cartas vale más que un solitario. Pero también está el arte de dar una dimensión social al ocio aunque su actividad sea personal. Me explico. Es la persona sola la que lee el libro o toca el piano, y no se trata precisamente de tocar el piano a cuatro manos para tener compañía, pero aun el leer o el oír música puede compartirse hablando con otros del libro que se ha leído, y escuchando de los demás lo que cuentan de los libros que ellos están leyendo; como se puede hablar de música y de discos y de conciertos. Compartir aficiones. Si la amistad se trenza en la conversación, la conversación se nutre de temas comunes, de gustos compartidos, de escritore4s favoritos, de músicos preferidos, de asistir juntos a un concierto y comentarlo, de leer varios un mismo libro y comparar juicios. Y si se trata de hobbies especializados como coleccionar pipas de brezo o mascaras de danzantes africanos, la comparación, evaluación, contemplación y conservación de los ejemplares conseguidos puede dar ratos incomparables de amistad disfrutada.
El paseo es un gran ocio, y el paseo en amistad realza el ocio y refuerza la amistad.
TE LO MERECES
He insistido repetidas veces a lo largo de este libro que es hora de liberarnos de nuestro complejo de culpa con respecto al ocio (quiero decir, los que aún lo tenemos). La moral protestante, la condena de la ociosidad, la glorificación del trabajo, el perdonarle todo a quien trabaja duro, el presumir de horas en la oficina. Todo esto nos ha dominado. Es hora de salir de la mentalidad de esclavo que nos ha llevado a someternos al trabajo como justificación de nuestra existencia, como deber de nuestra conciencia, como reparación por nuestros pecados, como cumbre de virtud. Hay que acabar de una vez para siempre con el complejo, el escrúpulo, la actitud de ensalzar el trabajo como dignidad suprema del hombre sobre la tierra y reducirlo directa y sencillamente a lo que en realidad es, puro y medio simple instrumento para formar la persona, para colaborar con el grupo, para crear cultura, para organizar la sociedad sin exageraciones ni excesos de ninguna clase. Y junto con la devaluación del trabajo hay que proceder también a la revaluación del ocio, liberándonos de una vez para siempre de la inclinación compulsiva a sentirnos incomodos, casi avergonzados, acusados, culpables por tomarnos un descanso por merecido que sea, por irnos de vacaciones, por quedarnos en la cama un domingo hasta mediodía, por holgazanear sencillamente en casa en un sillón ante la tele o por quedarnos dormidos en un sermón. Hay que recobrar el equilibrio en la actividad humana que es nuestra vida. Eso es fundamental, y a esto va todo este libro.
Y sigo insistiendo. No se trata solo de borrar el complejo de culpa con respecto al ocio aunque eso ya es una buena tarea que aliviaría a muchos, sino de adquirir la actitud positiva que aprecia el ocio en sí mismo, lo busca con inocencia, lo encuentra con naturalidad, lo disfruta con alegría. El ocio ha de recobrar su dignidad ante nuestra propia convicción y ante la aprobación entusiasta de la sociedad. No se trata ya solo de justificar el ocio sino de ensalzarlo, no se trata de tolerarlo sino de disfrutarlo. Disfruta tu ocio. Te lo mereces.
Nos cuesta aceptar que nos merecemos el ocio, y nos da reparo el decirlo. Llevamos una vida larga de trabajo duro y nos parece natural y espontaneo el seguir con el hasta el punto que no nos reconciliamos a dejarlo y no sabemos que hacer sin él. No estamos entrenados para el ocio; y es hora de que nos entrenemos. Sobre todo mentalmente aprendiendo a apreciarlo, atesorarlo, disfrutarlo. Amigos cercanos me dicen con atrevida confianza y confiado atrevimiento que yo aprecio, acepto y reciproco; “tienes suerte. Eres bien mayor, has tenido una vida bien llena, trabajas en lo que quieres y cuanto quieres, tienes buena salud, gozas de aprecio extensivo, amistades cercanas, holgura de vida, tiempo a placer, y libertad interior para disfrutar de todo ello. Tienes suerte”. Yo contesto sin ambages: “si tengo suerte y lo reconozco y lo aprecio. Pero me lo merezco. Y digo sin remilgos. Tengo suerte mero me la merezco. He trabajado siempre con toda mi alma y tengo derecho a la tregua. He hecho cosas difíciles en la vida. No presumo de nada, pero tampoco olvido nada. Si disfruto del ocio es porque me lo he labrado sin saberlo. Otium cum dignitate. Herencia de Cicerón. ¿Ni decía él que el ocio era “el ideal de nuestra vida, faro y meta de nuestros esfuerzos”? Me he encontrado al final de la vida con lo que de alguna manera intuí al principio. El ocio como algo positivo, primitivo, merecido, derecho propio, y logro conquistado. La dignidad del ocio. Per eso la defiendo.
Y cada uno puede y debe sentir lo mismo a su manera en su historia y en su entorno. Todos hemos realizado esfuerzos, hemos tenido retos, hemos hecho exámenes, sufrido tensiones, sacrificado gustos, madrugado en invierno y sudado en verano, hemos cuidado a un enfermo o acompañado a un anciano, hemos hecho colas, hemos pasado crisis, hemos re4montado depresiones, hemos luchado, hemos amado. Y si la vida de ha deparado menos logros, razón de más para sentirte con derecho ahora a la compensación de la despreocupación y el descanso. Todos nos hemos ganado con creces el derecho al descanso para disfrutarlo con alegría, con ilusión, con entusiasmo. Disfruta tu ocio, quienquiera que seas y hayas vivido la vida que hayas vivido. Te lo mereces. Que lo sepas y lo disfrutes. Que no esperes al final de la vida para hacerlo, como llevo dicho. Cultiva el ocio desde ahora, aprecia sus espacios, respeta sus horarios, honra su presencia en tu vida, acostúmbrate a su compañía. Ve escogiendo, practicando, acariciando tus hobbies según te van surgiendo a lo largo de la vida para llevar en paralelo tú trabajo y descanso, respetando sus dominios y preparando sus alternancias. Son las dos facetas de tu vida, y las dos son sagradas. Las dos te ennoblecen. Las dos te dan alegría. Sábelo y disfrútalo.
Un amigo mío en la India me hizo una vez el regalo perfecto. Soy de regalo difícil porque, dicho sin engreírme, tengo lo que me interesa, y no me interesa lo que no tengo. Desenvolví con cuidado el papel cruzado por líneas doradas, lo plegue y recogí, tome despacio en mis manos lo que el tamaño y la forma del paquete anunciaban: un libro. La encuadernación estaba elaborada en piel suave, oscura, con elegantes líneas grabadas, pero no llevaba nombre ni título alguno. Los cantos eran redondeados y dorados. Acaricie un instante el libro y lo abrí con gesto respetuoso y expectante. La primera página estaba en blanco. Y la segunda. También la tercera. Ni título de libro, ni nombre de autor, ni índice, ni capítulos, ni texto. Ni una sola letra en todo el libro. Era un libro en blanco. Mi amigo sonrió ante mi sorpresa. Yo entendí. Era un libro. No era un cuaderno, no era un borrador, no era una invitación a escribir en él un diario personal. No era para escribir en él, sino para recordarme que el mejor libro puede ser un libro sin letras. Un día sin preocupaciones. Una mente sin prejuicios. Una vida sin explicaciones. El descanso, el vacío, la tabula rasa. El ocio de las páginas. Páginas blancas de inocencia. Válidas, intactas, inmaculadas, vírgenes, sin necesitar el negro de la tienta para justificar su existencia. Libro de libros. Biblioteca resumida en sus páginas en blanco. Libro ideal de regalo para quien ha leído tantos libros que casi ha perdido la capacidad de sorprenderse ante uno nuevo, distinto, original. Imagen del ocio de las páginas en medio del trabajo de la imprenta. Libro ejemplar. Parábola de vida. Regalo perfecto.
Y todos nos merecemos ese regalo.
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